Etapa 2, 16 de octubre de 2021: Cóbreces – San Vicente de la Barquera (20’5 km)


 

“El primer paso no te lleva donde quieres ir, pero te acerca donde quieres estar” 

 

Habían pasado tres semanas desde que comenzamos el periplo compostelano con la primera etapa, que entonces nos llevó hasta la localidad de Cóbreces. Con energías renovadas estamos preparados para nuestro segundo asalto: partimos rayando el sol desde una desierta playa de Luaña. Las bajas brumas que nos envuelven y el frío inicial que las acompañan se disipan con los primeros desniveles, adentrándonos en algunos pueblos costeros realmente entrañables.  

 

Así alcanzamos Ruiloba, mientras alternamos caminos repletos de encantos con otros tramos más mundanos. Ruilobuca nos anticipa nuestra llegada a Comillas y nos abraza con sus calles empedradas y casas solariegas. Hacemos un breve alto en el camino para sellar nuestras credenciales y recuperar algunas fuerzas. Sin mayor dilación y con paso firme cerramos el tramo que nos separa de la monumental villa costera de Comillas, capaz de sorprender siempre al visitante, sea foráneo o autóctono. 

 

Es hora del café, momento ideal para estirar las piernas e intercambiar impresiones de los kilómetros hasta ahora recorridos. Así, la larga alameda que despide Comillas nos acerca hasta el Parque Natural de Oyambre, enclave de dunas y marismas características de la costa cántabra. Es en este momento cuando inspiramos fuertemente y nos disponemos a salvar el nivel más importante de la etapa: el alto de Gerra. Una larga pendiente que tiene su recompensa al cambiar de vertiente. Y es que, si hay algún rincón en el que Cantabria sea infinita es en el asombroso paraje que se abre ante nosotros: un interminable arenal que, paralelo al mar, conduce la vista hasta nuestro destino final. Y más allá, entre brumas aún por disipar, se vislumbran los Picos de Europa acariciando un cielo azul de tintes otoñales. 

 

Decidimos hacer el último tramo por la playa. La espuma del Cantábrico roza nuestros adormecidos pies a la vez que la brisa, proveniente de un mar azul plata y embebida por el salitre, impregna de alivio nuestros rostros cansados, pero sonrientes. Los veintiocho ojos del puente de la Maza nos miran en la distancia y nos invitan a cruzar el estuario de San Vicente, donde el río Escudo, tras veinte serpenteantes kilómetros, rinde tributo al Cantábrico. Nosotros también rendimos tributo a la etapa que ahora finaliza y, en un esfuerzo final, nos dignamos a subir hasta los pies del centenario castillo que preside la villa marinera, donde sellamos por última vez nuestras credenciales. 












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